Objavljeno u Paraguay - Društvene interakcije i zabava - 22 Sep 2016 11:44 - 0
700 años de Imperio Cartaginés quedaron destruidos tras el sangriento cerco de Cartago por parte de las tropas romanas en marzo de 146 A.C. Una horrible venganza cuya gestación ofrece algunas similitudes con recientes hechos históricos.
Ceterum censeo Carthaginem esse delendam ("es más, creo que Cartago debe ser destruida". Así acababa sus discursos Catón el Viejo. Nada importaba el tema sobre el que se discutía, sanidad pública, seguridad, agricultura, etc. la frase final era siempre la misma: Cartago debía ser destruida. Catón el Viejo era, para entendernos, un cascarrabias, el representante del ala más dura y conservadora del Senado, y un firme defensor de los viejos valores romanos, de la austeridad, frugalidad y dureza de los antiguos campesinos-soldados, frente a lo que él consideraba corrupción de esos valores. La aristocracia se estaba relajando, se entregaba al cultivo de la oratoria, apreciaba el arte, el teatro, se estaba "afeminando", según sus propias palabras. Influencias de los griegos, decía él. El viejo Catón se desesperaba ante la relajación de las antaño rígidas costumbres romanas, se paseaba por el Foro desaliñado, como un campesino, y hacía gala de una inusual austeridad y rigidez moral.
Tras la Segunda Guerra Púnica, concluida con la mítica batalla de Zama, en la que Publio Cornelio Escipión le dio una somanta de palos al no menos mítico Aníbal,Roma impuso unas condiciones draconianas. Su ejército quedaba prácticamente eliminado, así como su flota naval. Cualquier litigio con un pueblo extranjero tenía que ser dirimido con la mediación de Roma, y además Cartago estaba obligada al pago de unas ingentes indemnizaciones de guerra. Cartago se veía así reducida a una situación similar a la de Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Con lo que no contaban los romanos era con la industriosidad del pueblo cartaginense. Apenas treinta años después de la derrota, Cartago estaba parcialmente recuperada. Era un pueblo laborioso, y con setecientos años de experiencia en el comercio con los pueblos del Mediterráneo. La ciudad de Cartago resplandecía de nuevo, en contraposición a la estrecha, desordenada y maloliente Roma. Liquidaron anticipadamente las indemnizaciones impuestas por Roma y comenzaron a levantar, sin prisa pero sin pausa, su antaño poderoso imperio.
Catón había estado en Cartago, junto a otros senadores, en un misión de arbitrio entre los cartagineses y los númidas, que a la sazón venían tocándoles las narices a los cartagineses desde hacía tiempo, insolencias que éstos no podían devolver convenientemente por mor de la supervisión obligatoria de sus asuntos externos por parte de los romanos, que ejercían de "Primo de Zumosol" más o menos disimuladamente. Cuando el astuto de Catón vuelve a Roma, escamado por el esplendor que había observado en la ciudad, comienza una campaña machacona y pesada para que Roma vaya nuevamente a la guerra con Cartago. Frente al sector "broncas" comandado por Catón, un grupo de senadores moderados abogaban por la paz, considerando que Cartago era un contrapeso al poder de Roma en el Mediterráneo y evitaría que ésta se hiciera demasiado poderosa y cayera en la avaricia, perdiendo así sus ancestrales virtudes. Catón les respondía que Cartago se estaba rearmando, que se estaba haciendo demasiado poderosa y que sus habitantes eran unos degenerados orientales que sacrificaban vivos a los niños en honor a sus dioses malvados y terribles.
Milagrosamente, al principio resistieron, permitiéndose incluso salvajes acciones, tales como mutilar, crucificar y arrojar por las murallas a los prisioneros romanos. Las legiones romanas tampoco conseguían imponerse en las diversas campañas del interior del territorio cartaginés. Fue entonces cuando Roma escogió a un descendiente del mítico Publio Cornelio Escipión, el Africano, el legendario vencedor de Aníbal en Zama. Con 37 años de edad, Publio Cornelio Escipión Emiliano era nieto adoptivo del legendario general y había brillado en las primeras fases del conflicto. Se le nombró cónsul cinco años antes de la edad estipulada para aspirar el cargo, y se le dio el mando de las tropas que luchaban en África. Emiliano regresó a África, anuló las campañas romanas en el interior del territorio, y concentró la lucha en el asedio de Cartago. En 147 A.C. levantó un cerco asfixiante sobre la ciudad y esperó. Mientras los cartagineses permanecían completamente cercados, acabó de eliminar los grupos de resistencia en el resto del país.
Bajo la actual ciudad de Túnez quedan los siniestros vestigios del horrible destino que tuvo que afrontar el pueblo que se atrevió a discutirle a Roma la primacía en el Mediterráneo.
Ceterum censeo Carthaginem esse delendam ("es más, creo que Cartago debe ser destruida". Así acababa sus discursos Catón el Viejo. Nada importaba el tema sobre el que se discutía, sanidad pública, seguridad, agricultura, etc. la frase final era siempre la misma: Cartago debía ser destruida. Catón el Viejo era, para entendernos, un cascarrabias, el representante del ala más dura y conservadora del Senado, y un firme defensor de los viejos valores romanos, de la austeridad, frugalidad y dureza de los antiguos campesinos-soldados, frente a lo que él consideraba corrupción de esos valores. La aristocracia se estaba relajando, se entregaba al cultivo de la oratoria, apreciaba el arte, el teatro, se estaba "afeminando", según sus propias palabras. Influencias de los griegos, decía él. El viejo Catón se desesperaba ante la relajación de las antaño rígidas costumbres romanas, se paseaba por el Foro desaliñado, como un campesino, y hacía gala de una inusual austeridad y rigidez moral.
Tras la Segunda Guerra Púnica, concluida con la mítica batalla de Zama, en la que Publio Cornelio Escipión le dio una somanta de palos al no menos mítico Aníbal,Roma impuso unas condiciones draconianas. Su ejército quedaba prácticamente eliminado, así como su flota naval. Cualquier litigio con un pueblo extranjero tenía que ser dirimido con la mediación de Roma, y además Cartago estaba obligada al pago de unas ingentes indemnizaciones de guerra. Cartago se veía así reducida a una situación similar a la de Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Con lo que no contaban los romanos era con la industriosidad del pueblo cartaginense. Apenas treinta años después de la derrota, Cartago estaba parcialmente recuperada. Era un pueblo laborioso, y con setecientos años de experiencia en el comercio con los pueblos del Mediterráneo. La ciudad de Cartago resplandecía de nuevo, en contraposición a la estrecha, desordenada y maloliente Roma. Liquidaron anticipadamente las indemnizaciones impuestas por Roma y comenzaron a levantar, sin prisa pero sin pausa, su antaño poderoso imperio.
Catón había estado en Cartago, junto a otros senadores, en un misión de arbitrio entre los cartagineses y los númidas, que a la sazón venían tocándoles las narices a los cartagineses desde hacía tiempo, insolencias que éstos no podían devolver convenientemente por mor de la supervisión obligatoria de sus asuntos externos por parte de los romanos, que ejercían de "Primo de Zumosol" más o menos disimuladamente. Cuando el astuto de Catón vuelve a Roma, escamado por el esplendor que había observado en la ciudad, comienza una campaña machacona y pesada para que Roma vaya nuevamente a la guerra con Cartago. Frente al sector "broncas" comandado por Catón, un grupo de senadores moderados abogaban por la paz, considerando que Cartago era un contrapeso al poder de Roma en el Mediterráneo y evitaría que ésta se hiciera demasiado poderosa y cayera en la avaricia, perdiendo así sus ancestrales virtudes. Catón les respondía que Cartago se estaba rearmando, que se estaba haciendo demasiado poderosa y que sus habitantes eran unos degenerados orientales que sacrificaban vivos a los niños en honor a sus dioses malvados y terribles.
Milagrosamente, al principio resistieron, permitiéndose incluso salvajes acciones, tales como mutilar, crucificar y arrojar por las murallas a los prisioneros romanos. Las legiones romanas tampoco conseguían imponerse en las diversas campañas del interior del territorio cartaginés. Fue entonces cuando Roma escogió a un descendiente del mítico Publio Cornelio Escipión, el Africano, el legendario vencedor de Aníbal en Zama. Con 37 años de edad, Publio Cornelio Escipión Emiliano era nieto adoptivo del legendario general y había brillado en las primeras fases del conflicto. Se le nombró cónsul cinco años antes de la edad estipulada para aspirar el cargo, y se le dio el mando de las tropas que luchaban en África. Emiliano regresó a África, anuló las campañas romanas en el interior del territorio, y concentró la lucha en el asedio de Cartago. En 147 A.C. levantó un cerco asfixiante sobre la ciudad y esperó. Mientras los cartagineses permanecían completamente cercados, acabó de eliminar los grupos de resistencia en el resto del país.
Bajo la actual ciudad de Túnez quedan los siniestros vestigios del horrible destino que tuvo que afrontar el pueblo que se atrevió a discutirle a Roma la primacía en el Mediterráneo.
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treuscuBattusai69Komentari (0)